jueves, diciembre 27, 2007

The Aerovons, "Resurrection"

No va mal terminar el año con The Aerovons, uno de esos grupos de fugaz vida que se desarrollaron a finales de los años sesenta, mecidos por el influjo cálido y exuberante de los Beatles del Abbey Road. Eran americanos, pero se desplazaron a Londres, concretamente a los estudios de Abbey Road, para grabar en 1969 Resurrection, su primer y último disco. Ese mismo año, la ruptura repentina del grupo hizo que el disco no apareciese hasta el 2003, como si en el fondo del mar se hubiese encontrado un cofre lleno de melodías del pasado. Su escucha será todo un hallazgo para los amantes del pop atemporal, aquellos que, como dice Manolo Martos en el último número de su excepcional fanzine Mockba 80, se empeñan en "rescatar por fin al pop del gélido exilio en el que los alquimistas intentan mantenerlo vivo con potentes drogas, hacia las olvidadas regiones de la verdad".

Resurrection es un disco delicado, épico, florido y de placentera degustación. Es imposible que no pueda gustarnos su primera canción, "World Of You", uno de los mejores temas que se han escrito nunca en el pop. Es una canción dramática, profunda, pero al mismo tiempo deliciosa. Su melodía es inolvidable en sí misma, adornada además con unos heroicos arreglos de cuerda que le dan el justo tono apocalíptico y crepuscular, sin sonar nunca pretenciosa. Poética, visual, precisa como una flecha, nunca podremos quitarnos de encima sus dos minutos y medio de viaje fantasioso. Luego se abre paso "Resurrection", una adictiva recreación de "Across The Universe" de los Beatles, reformulada en términos espaciales y psicodélicos, como si Syd Barrett se hubiera decidido a hacer una versión, y logrando un estimulante punto de misterio que literalmente nos come los oídos. Tendremos la misma sensación con "Say Georgia", aunque en esta ocasión la canción tomada como modelo es "Oh, Darling!", también de los Beatles, un ejercicio de estilo, una curiosa variación que en cualquier caso es igual de poderosa que la original. A este respecto, Tom Hartman, el líder del grupo, dijo lo siguiente: "Escuchamos esas canciones y dos semanas después de hacerlo decidimos rechazar dos temas que habíamos planeado incluir en el Lp y hacer algo como lo que ellos estaban haciendo en ese momento [...] Cuando apareció 'Oh Darling' pensé: tío, yo escuché esa canción antes, y no sabía cómo se había parecido tanto".

"Whith Her" es una plácida melodía de influencia absolutamente McCartniana, hasta la voz se parece, con ciertos matices melancólicos de la primera etapa de los Beatles que quedan magníficamente subrayados con los efectos de sonido de las olas del mar sobrevoladas por gaviotas. Este poso de tristeza adopta un color más blues en "Quotes & Photos", muy al estilo de George Harrison y casi con su mismo estilo de arrastrar las notas de guitarra, aunque si nos ponemos puntillosos podremos insinuar cierto parecido con "I Want You", también del disco de los Beatles que los Aerovons siguieron como su particular Biblia, Abbey Road. "Words From A Song" remite más al pop clásico, quizá en cierta estela Hollies, con unos desencantados coros entre arreglos de cuerda y una guitarra que lleva la firma del más puro Harrison en la época Abbey Road. Los parecidos siguen con "Bessy Goodnight", esta vez fijándose en el nervioso teclado de piano de "Lady Madonna" y en su melodía lanzada a bocajarro, sazonada con coros y efectos de sonido obtenidos del Sgt. Peppers, dentro por completo de esa norma no escrita del pop psicódelico, ideada por Ray Davies, de incluir siempre al menos una canción de estilo vodevilesco. "Something of Yours" tiene como punto fuerte una melodía misteriosa cantada a varias voces que se turnan una a otra, entre armonías al más puro estilo británico, generando de este modo un mecanismo bello, sofisticado pero natural y terriblemente pegajoso.

"She's Not There" cuenta con un estribillo infeccioso y de un estilo que recuerda en su desparpajo a The Lovin' Spoonful, antes de volver con "The Years" a la línea Beatle que ellos amaban, de nuevo en forma de melodía plácida, tierna y McCartniana, más o menos como las que realizaba Eric Carmen con los Raspberries allá por los setenta. Por otro lado, "Everything's Alright", como su propio nombre indica, es todo luz y optimismo, basada en una melodía puramente bubblegum y estival a través de la cual los rayos de sol se hacen con parte del disco, a la manera en que se hacía, por ejemplo, en discos de sunshine pop californiano como el de The Yellow Balloon. La canción más Lennon del disco, y también la más experimental, es sin lugar a dudas "The Children", una especie de suite dividida en varias partes en la que encontramos pop psicodélico e introvertido, cancioncilla infantil y aires festivos durante cinco minutos que se hacen de todo menos largos, apuntalados por unos coros y trompetas muy levemente progresivos para finalizar entre celofanes un disco fantástico.

Como solemos decir por aquí, un gran disco suele incluir bonus tracks de un nivel excepcional, y éste es también el caso. "Train" apunta hacia el estribillo directo y depurado, envuelto en ya una indisimulada explosión de arreglos, y "Song for a Jane" remite al tipo de canción a lo McCartney de la que hemos encontrado algunos ejemplos en el disco. La balada desnuda "Here" (tan sólo un piano y la voz de Tom Hartman para una de sus melodías quebradizas) completa esta joya de cuya existencia sabemos desde hace muy poco, cortesía de unos fanáticos de los Beatles que se enamoraron del Abbey Road y quisieron ofrecer su particular visión de aquellas fabulosas canciones, a golpe de talento, imaginación y un depurado espíritu pop.

Podéis encontrar el disco aquí:

The Aerovons. Resurrection (1969)

Sólo me queda desearos buenas fiestas y año nuevo, y disculpar que las actualizaciones durante estos días no sigan el ritmo acostumbrado. Volveremos en enero con un detallado artículo sobre uno de nuestros mayores -y menos reconocidos- genios musicales. Me gustaría saludar también a nuestro blog amigo El Mahoma Social Club (recomiendo no perderse su último artículo, dedicado a uno de mis grupos favoritos, Material Issue), y agradecer a su autor la gran cantidad de grupos pop uruguayos que me ha hecho descubrir (La Conferencia del Bar Totó, de los Shakers, es un disco de inestimable nivel). Aquí (sección Descargas) encontraréis muchos de ellos.

Contacto para pedir Mockba 80:

Manolo Martos Pérez
Avda. de Oria, 2
04810. Oria. Almería
Correo electrónico: manolo_martos@hotmail.com


El fragmento con las palabras de Tom Hartman, y la segunda fotografía de este artículo, se han extraído del más que recomendable artículo sobre los Aerovons de la página web Aloha Pop-Rock.

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lunes, diciembre 17, 2007

Radio Futura, "Música Moderna"

A principios de la década de los 80, adscritos a la energía pura y vital de la nueva ola y todavía lejos de los laberintos seudointelectuales en los que más tarde se perdieron, Radio Futura publicó Música Moderna. Un disco que rebosa entusiasmo, que sorprende por su frescura y que lo da todo en diez canciones explosivas y directas. Se trata de una sucesión de himnos juveniles, apuntalados a veces por interesantes atmósferas surrealistas, y sin lugar a dudas lo mejor que Radio Futura hizo nunca en su vida como grupo. Lástima que posteriormente les entrasen las ganas de ser modernos e integradores, lo cual casi siempre equivale a tener que acercarse a culturas musicales exóticas.

Pero no, en Música Moderna no hay nada de eso y la primera canción, "Enamorado de la moda juvenil", es un trallazo, un single lanzado a la cara con un estribillo convertido ya en clásico y que por entonces fue todo un éxito. La canción está cantada con ganas, alternando varias voces, y con el desparpajo que había inyectado la nueva ola a las canciones redondas de dos minutos. En "Ivonne" hay otra canción directa y que busca con obsesión el estribillo luminoso, entre unos sonidos electrónicos muy sutiles que son un puro adorno y el vaivén de un ritmo plácido. Por el contrario, "Cinco semanas en globo" es una angulosidad, la primera canción rara del disco, por decirlo de alguna manera, pero increíblemente adictiva, de guitarras amenazantes, voces en espiral y sintetizadores pantanosos. Pero en "Zombie", mi favorita, vuelve el sol, el optimismo y una guitarra que se disfraza con los ritmos del reggae para hacer pop, todo ello con los sonidos electrónicos que se repiten en todo el disco y que, sin molestar ni invadir las canciones, las impregnan de un peculiar envoltorio de aviones volando. Con estos sonidos aéreos comienza, precisamente, "Jarama", calculada, aritmética, precisa entre guitarras angulosas y la voz mecánica de Santiago Auserón. En estos pliegues más experimentales se nota la fuerte influencia en el disco de Roxy Music cuando aún participaba Brian Eno.

La segunda cara se abre con una brutalidad, "Divina", una excepcional versión de "Ballrooms of Mars" de T. Rex, realmente deliciosa, embriagadora con la manera lánguida de cantar de Santiago Auserón, los coros desapasionados y nuevamente un ritmo ligeramente reggae. Absolutamente inolvidable e infecciosa, se trata de un escalón más en un disco extraordinario. "Regreso a las minas del Rey Salomón" combina de nuevo el hieratismo de Auserón con unos pasajes sonoros inquietantes y un estribillo heroico y convencido. El solipsismo prosigue con "Muchachita", una introversión siempre presentada en formato pop, en este caso con armonías vocales y una estructura rítmica muy marcada. Porque el himno definitivo llega con "Trepidación", canción vertiginosa, futurista, que no da tregua de principio a fin y de la cual hasta el último de los detalles -increíble la lista de grandes ciudades a mitad de la canción- acaba haciéndose imprescindible. Un canto a la velocidad y la juventud, la última gran explosión de energía del disco antes de que llegue "La Máquina". Para acabar el disco, esta última canción parece de goma, da la impresión de estar a punto de derretirse, pero lo cierto es que sobre este volcán sonoro, el hipnótico estribillo no podía resultar más irresistible, repetido como una plegaria misteriosa hasta el final.

Música Moderna es un disco sublime, a la altura de otras obras maestras del pop español de aquellos años, como los primeros discos de Mamá o Nacha Pop. Sin embargo, es una lástima que también sea la parte de la historia de Radio Futura más desconocida e infravalorada hasta por el propio grupo. Como demuestran estas canciones, hubo vida mucho antes de La ley del desierto, la ley del mar y de las indigeribles fusiones de ritmos latinos.

Radio Futura. Música Moderna (1980)

Fotos extraídas de Radio Futura

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domingo, diciembre 09, 2007

Corn Flakes, "Double Bed"

Los barceloneses Corn Flakes empezaron con un par de estimulantes discos de hardcore melódico, llenos de furia y también de curiosidad por la melodía. Sus canciones oscilaban entre la energía de Bad Religion y la infecciosidad de Green Day, pero estaban aún muy lastradas por un cierto apego a las normas del género. Sin embargo, solían prodigarse en chispazos eléctricos con una gran importancia del juego de voces y del estribillo pegadizo, pistas importantes de que en su corazón latía el pop. Tras Childish (1992) entran en un paréntesis creativo -salvando dos EP's en 1993- que deriva, en 1995, en Double Bed. Un disco con el que dejan atrás su anterior sonido y se lanzan decididamente al pop sin restricciones, a la canción redonda y moldeada según sus propias necesidades y no unas convenciones de género.

Double Bed es un disco de peso, una obra de ingeniería pop en la que se nota que las canciones han sido trabajadas minuciosamente, teniendo en cuenta todos los detalles. Las voces dobladas se pliegan sobre las melodías de una manera perfecta, a veces adquiriendo el protagonismo y otras como adorno, pero siempre presentes, y las guitarras hacen uso de un amplio inventario de recursos para sostener con fuerza el esqueleto de las canciones, colorearlas o jugar con las estructuras. Todos estos efectos contribuyen a potenciar unas canciones ya de por sí brillantes y atacadas con las ganas de un grupo que quizá siempre quiso hacer pop. Es significativo el descenso de revoluciones que muestra ya el tema que abre el disco, la fenomenal "One Of These Days", preocupada de manera escrupulosa por destacar sobre todo la emocionante melodía, con ciertos aromas de Teenage Fanclub, y dejando a un lado la rabia impostada de sus comienzos. Después, los cambios de ritmo de "Ugliness", sus guitarras afiladas, su encantador estribillo sobre una base musical bastante sencilla, son pura adicción, son ya el cebo para llevarnos de la mano el resto del disco. El ritmo se acelera en "Death Of A Lover", pero nos ofrecen lo mismo: un estribillo que es pura delicatessen sonora y por el que Kurt Cobain habría dado un brazo, pegadizo y dulce entre la explosión de guitarras.

Con "Underwear" nos muestran de nuevo su lado sensible, su melodía es delicada y sincera, terriblemente pop, accesible y con visos de himno, ideada para disfrutar de ella sin más excusa. Quizá por eso pretenden ser más duros en "Cruel To Me", la canción que más cerca está del sonido del rock independiente del momento, una curiosidad en el contexto del disco, trepidante y abriendo camino hacia una de las perlas que más brillan: "Coloured Pills". El sonido con eco de sus guitarras -sacado de una excursión a los discos de Aztec Camera- es absolutamente infeccioso, al igual que el caramelo pop insertado en el estribillo, una bomba de dulzura, una preciosidad que deja con la boca abierta. En "Unloved Alive" se nota el influjo de grupos como Replacements, y esta canción no es sólo especial por su brillante conjunción de guitarras poderosas y melodía sensible, sino también por el increíble juego de voces que aparece en ocasiones, yuxtaponiéndose unas a otras en uno de los estribillos más perfectos y emocionantes que haya compuesto nunca un grupo español. El disco consigue definitivamente el estatus de obra maestra con la siguiente canción, "Phone", mi favorita, en la que filtran el hardcore melódico en la depuradora del pop y consiguen una joya de la música chicle. Un himno en toda regla, una canción con una garra demoledora a la que es imposible dejar de prestar atención una vez se empieza a escucharla.

"Aleph" fue quizá el tema que más sorprendió a los anteriores seguidores de su época hardcore. Más que nada, porque ya ni siquiera aparece la batería, porque se plasma una melancolía repleta de matices y porque el teclado que irrumpe puntualmente parece un billete de ida y vuelta a las épocas que nunca volverán. Magnífica, abrumadora y, en esencia, más que digna de figurar en un listado de las cinco mejores canciones de REM. La última canción, "Typical Me", aligera el peso y en apenas un minuto y medio cierra el disco con un golpe de pop revolucionado y obsesionado por los estribillos.

Double Bed tuvo cierta repercusión en su momento, e incluso fue incluido entre los mejores discos españoles de los noventa por Rockdelux -sin duda, porque Corn Flakes venían de un estilo que incluía la palabra "core", lo cual suma muchos puntos para despertar el interés de esta revista. En todo caso fue un éxito no sólo merecido, sino absolutamente reivindicable como uno de los discos españoles más entregados, deliciosos y disfrutables que puedan escucharse y, sin duda, una obra maestra de los sonidos que, en plenos noventa -y a la manera de Redd Kross, Posies y Material Issue- apostaban por conciliar las guitarras briosas con las melodías puras.

Corn Flakes. Double Bed (1995)

Artículos de interés:
"Corn Flakes, biografía, discografía y proyectos paralelos". En La Factoría del Ritmo
"Corn Flakes a Contrapelo". En Último Resorte

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jueves, noviembre 29, 2007

Los Imposibles, "En el país del niño mosca"

Hoy presentamos una fascinante aventura musical, la aventura de un grupo, Los Imposibles, que a principios de los noventa graban canciones de una orientación claramente sesentera, sonidos cálidos y luminosos que remiten a los Brincos, a los Beatles, los Who y otros maestros de la guitarra y la melodía, y que en 1995 se regatean a sí mismos y consiguen uno de los discos más fascinantes, coloristas y auténticos de la música en español.

Las guitarras briosas, las melodías beat y los trallazos pop que hasta entonces les habían caracterizado pasan por el filtro de la psicodelia de 1967 y el resultado es un conjunto de nueve canciones, concentradas en apenas veinticinco minutos, y venidas directamente del país del Sargento Pimienta. Una obra maestra absoluta, y todo un orgullo para la música nacional, que fue saldada con el más descarado menosprecio por parte de la prensa musical alternativa. En el país del niño mosca ha de entenderse como un viaje alucinante, una visión psicodélica de un mundo hermoso y gobernado por las melodías. Sus nueve canciones son nueve espejos con diferentes caras del pop, todas ellas igual de sensuales y redondas. En unos años en los cuales los reyes de la escena independiente española eran un grupo vacío, aburrido y pedante, los Imposibles se destaparon con un disco de sonido eterno, clásico, visualista, que por entonces casi nadie supo comprender.

La primera canción, "Listo y preparado", es una inmersión profunda en ese mundo de fantasía, exuberante y de mares poblados por submarinos amarillos. Arreglos orquestales a lo George Martin, una melodía preciosa, emocionante por lo bien que plasma el mundo infantil de los sueños, y un bajo activo y espiritualmente manejado por el McCartney del Sgt. Peppers, son los ingredientes de esta primera toma de contacto con un universo aparte. El sarcasmo y los modos de Ray Davies se unen a la fiesta en "Un chico serio y formal", que podría ser tranquilamente una canción perdida de los Kinks de los tiempos del Face To Face, increíble también por la adictiva melodía de cristal y su estribillo con aroma a los Who. "Todos querían hablar" es una delicia plagada de coros preciosistas, tristeza plasmada con elegancia y alguna de las líneas más hermosas y melancólicas que ha deparado el pop español. Y este fenomenal comienzo lo remata "Ella es azul", todo un pildorazo de pop de guitarras adhesivo, efervescente, más directo en las formas pero igual de contundente y magistral en su contenido, y que si bien es parecida a la música beat que hasta entonces habían desarrollado, su inclusión a mediados del disco, en medio de los mares de las aventuras oníricas, es todo un acierto.

"Mis amigos" es una tonada cálida, perezosa, de ritmo bossanova embellecido por una crepuscular flauta dulce, y que recuerda mucho a esas canciones mosaico que Brian Wilson ideó en discos tan íntimos como Friends. Los sitares tampoco podían faltar en esta orgía de la psicodelia británica, y ahí llega "En el jardín", con una genial reminiscencia de Lewis Carroll, personaje muy relacionado con este universo sonoro, y una melodía que bebe de los Beatles de "Norwegian Wood" y que está chispeada con unos coros de cancioncilla infantil que potencian hasta el infinito el efecto surrealista. "El hombre de miel" es vodevilesca, no podía faltar este estilo en el mundo pop tramado por los Imposibles -también tuvieron canciones así Sgt. Peppers y los discos de los Kinks-, y además no queda artificial, sino que es divertida y su garra y el vibrante estribillo final la justifican por completo. Con "El niño mosca" llega el clímax del álbum, una canción de tintes épicos e imperialistas trompetas, trufada de cantos e imágenes infantiles, melodías sensuales, arreglos de cuerda ultrabeatle y unos sensacionales coros en espiral que llevan incansablemente de un lado a otro. "Epílogo" es el brillante punto final, un caramelo pop de aire circense y festivo, y una música entregada ya de manera definitiva a ese otro mundo que existe a través del espejo, con el añadido de una gloriosa y refinada última parte en la cual varias voces se van cediendo el protagonismo.

Este disco, en definitiva, es una excepcional obra de arquitectura pop que toma como referente los momentos más coloristas del pop psicodélico británico, y que a partir de estos materiales construye un universo encerrado en sí mismo, embriagadoramente surreal, en el que lo infantil muestra su cara más agradable y también perversa. En el país del niño mosca le da más de mil patadas a ese pastiche de tecno-pop sin sangre que es Un soplo en el corazón y a todos esos discos con diseños de Aramburu para gente que desconoce lo que es el pop. Los Imposibles nos regalaron un disco cuya genialidad ha resistido el paso de los años y que hay que reivindicar.

Como siempre, es muy difícil de encontrar. Aquí está:

Los Imposibles. En el país del niño mosca (1995)

Artículos de interés:
Los Imposibles. Perdidos y divertidos (entrevista en Supernova Pop)
Perdidos y encontrados: ¡Los Imposibles han vuelto! (en Gritos en el Cine Mudo)
Los Imposibles. En el país del niño mosca (en Sensaciones Sonoras)

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viernes, noviembre 23, 2007

The Red Button, "She's About To Cross My Mind"

No es extraño que este disco, el primero de The Red Button, se haya extendido como un virus entre los blogs de música más afines al pop clásico. En mi caso, es una de las obras que más me ha entusiasmado y sorprendido este año. Un tratado exquisito de pop sin complicaciones, pero al mismo tiempo sofisticado y cargado de elegancia y erudición. En las venas de este disco circula una sangre eminentemente Beatle, moteada por algunos destellos del mejor pop californiano y soleado de finales de los sesenta. Puede considerarse una colección de estupendas canciones, cada una con un espíritu muy concreto y un pequeño universo en sí misma, trabajadas de manera minuciosa sin perder un ápice de espontaneidad y frescura. Lo mejor es que todo esto viene envuelto en un sonido muy limpio, muy actual, alejado del revivalismo, con ansias de trascender y rindiendo al mismo tiempo un homenaje al espíritu de los años sesenta.

Este peculiar poliedro empieza con "Cruel Girl", una canción que invoca sin complejos los comienzos de la invasión británica, con guitarras duras, estribillos rabiosos y una melodía para cantar con traje y flequillo, así como una parte que es una reinterpretación del estribillo de "I'm So Tired" de John Lennon. El tema, por otro lado, no sólo tiene una vocación decididamente bitelmana, sino que al igual que consiguieron los Spongetones, suena moderna, son los Beatles teletransportados y grabando en un estudio en pleno 2007. En cambio, la siguiente, "She's About To Cross My Mind", nos regatea, esto es una joya que viene de aquellos discos relajados, plácidos, cantados casi con susurros, de finales de los sesenta, discos como Distant Shores de Chad and Jeremy, Incense and Peppermint de The Strawberry Alarm Clock o Begin de The Millenium, que aspiraban a ser un reducto de paz, armonía y belleza en medio de la marejada de la psicodelia. Pacífica, bonita, sensible, veraniega, son adjetivos que pueden servir para definirla. La nueva vuelta de tuerca llega con "Floating By". Los teclados y el tipo de canción nos remitiría a priori directamente hacia el más puro estilo McCartney, sin embargo yo creo que esto en realidad es McCartney filtrado por el genio de Andy Partridge. O lo que es lo mismo: esta canción parece compuesta por XTC a principios de los ochenta. Es una mezcla compleja y excitante de un tono quebradizo, otoñal, una estructura firme, matemática, y un estribillo puramente británico que se cuela cuando llega el momento de emocionar.

"She's Going Down" es un preludio para abrir boca hacia la parte más brillante de un disco enorme. Su ligera melodía, tras sus melosos coros y teclados y unas guitarras hawaianas muy a lo Harrison en su etapa en solitario, nos deja con ganas de más. Porque ahí llega, para empezar, "I Could Get Used To You". Digámoslo ya: George Harrison ha resucitado. Pero el Harrison del Revolver, el más cínico e inspirado, con la ayuda de una cohorte de guitarras grabadas al revés y unos geniales sha-la-las. Una pequeña maravilla y una pieza maestra más de este glorioso artefacto, una canción cuyo descaro nos arrebatará en cuanto la escuchemos, el mejor homenaje que se le ha hecho nunca al tercer Beatle (muy cerca le sigue, eso sí, "Friends To Go" de McCartney). Y atención, que como toda obra maestra, llega el momento en que el disco toca el cielo, y esto sucede con "Hopes Up". La mejor canción de este año, si no la mejor de la década -y eso que aún faltan algunos años-, impresionante, una inyección de emoción que nos tiene en vilo a lo largo de sus tres minutos. Trabajada con la pasión de un artesano, tallada con mimo y escrupulosamente, funciona como una precisa pieza de relojería y ninguno de sus detalles está de más. Mike Ruekberg empieza a cantar con garra, y enseguida nos atrapan unos sonidos de guitarra cristalinos, que aparecen para adornar las partes estratégicas de la melodía, así como un bajo descendente y emocional trasladado de las mejores canciones de amor. Y ya no hay escapatoria, la canción nos ha hecho suya y nos vamos a quedar literalmente anonadados cuando llegue el estribillo, subrayado por un sutil y magnífico coro, y que es una pirueta extraordinaria y absolutamente emocional a la que nadie puede ser inmune. Es todo un clásico contemporáneo y no me cabe ninguna duda de que esta canción va a resistir el paso de los años y va a ser continuamente rescatada y admirada. Por hacer una comparación, habría sido del todo posible que a Lennon se le ocurriese esto en lugar de "Please Please Me".

Obviamente, tras llegar tan alto hay que ir descendiendo suavemente, y nada mejor para eso que otra vez los sonidos californianos de la resaca de finales de los sesenta de "Can't Stop Thinking About Her", con un estribillo a dos voces ideal para escuchar tomando un martini en una piscina de San Diego. Tan elegante como preciosa y enamorada, nos deja un estupendo sabor de boca para que empiece la fiesta con "I'm Gonna Make You Mine". Es una canción exultante, optimista, con un sonido que incluye a partes iguales el garage norteamericano -muy suavizado, eso sí- de grupos como The Gants, con el merseybeat más purista. Una alegría para el espíritu, una canción preparada para saltar de ilusión y divertirse. Porque aún faltan más piezas, ahí está "Ooh Girl", pop clásico y clasicista con arreglos de violines, guitarra de doce cuerdas, sabor crepuscular y melodía exquisita, otro de los grandes temas de un disco compuesto exclusivamente de ellos. Para que no falte variedad, "Free" aporta un evidente recuerdo a los Beatles del Revolver, tanto en sonido como en intenciones, y no hay nada mejor para eso que imitar las líneas de bajo que Paul patentó en ese disco y tener una melodía como las que Lennon fabricó tras intoxicarse con tripis y Byrds. Curiosamente, donde más actuales se muestran The Red Button es en la última canción, "It's No Secret", con reminiscencias escocesas, concretamente de otra leyenda, Teenage Fanclub, en su uso del teclado y la melodía tallada en mármol. Justo la pieza que faltaba para cerrar un puzzle maestro.

Aunque publicado este año, en mi opinión este disco es directamente un clásico y una obra que será recordada para siempre. Multiforme, fiel a unos principios, talentoso, apacible y bello, lo tiene todo para conseguir obsesionarnos durante una buena temporada.

The Red Button. She's About To Cross My Mind (2007)

Artículos de interés:
"The Red Button. She's About To Cross My Mind". Por Luis de Ory. En Power Pop Action!
"Pop-rock de aromas beat". Por Mr. Pleasant. En Sensaciones Sonoras

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jueves, noviembre 15, 2007

Los Gatos, el pop de cámara argentino

Es necesario conocer a los Gatos, grupo argentino liderado por Litto Nebbia y formado en 1967, que bebe en sus primeros discos de las mejores formaciones del pop de cámara. Estamos hablando de sonidos afines a los que podemos encontrar en el Forever Changes de Love, en el Odessey & Oracle de los Zombies, en el Pet Sounds de los Beach Boys o en cualquier canción de The Left Banke, todo ello con el combustible que destila el Sgt. Peppers de los Beatles y aliñado con las complejas y cristalinas estructuras vocales de los Hollies. Y además, hay que añadirle un emocionante espíritu poético, optimista, cegado por una luz radiante que busca el enamoramiento a primera vista, la utopía, las sensaciones recorriendo la piel y estremeciéndola.

Todas estas palabras se ajustan con precisión a su primer disco, Los Gatos, publicado en 1967, una obra maestra del pop en español, y representante del pop más melódico y envuelto en celofán de la emergente música argentina. Las canciones se suceden unas a otras entre sonidos celestiales, letras que desbordan idealismo, una voz apasionada y sonidos exuberantes, concentrados en composiciones de tres minutos que nunca dejan de ser fieles al espíritu del pop. Nebbia lo borda con "La Balsa", la primera canción, que se desarrolla con sencillez, casi con humildad, entre arreglos amables y la incursión de guitarras de sabor británico, como quien le canta a un día soleado, y que termina con un fantástico final, una guinda deliciosa e imaginativa de apenas unos segundos que espera para ser degustada. Después, "Ya no quiero soñar" es una perla que transcurre entre coros femeninos, palmas, melodías ingenuas que habitan el mundo de los sueños y tarareos que invitan a entregarse a este particular y acogedor mundo utópico. "La olvidarás" representa la primera intrusión de los problemas en el disco, bien adornada con unos teclados nocturnos y alcohólicos, y una melodía balsámica que abre la puerta a un futuro feliz y que recuerda que muchas veces el pop es curación.

"Madre escúchame" es más épica que las anteriores, muy trabajada en todos sus detalles, desde la armónica repleta de nostalgia con la que arranca, hasta ese estribillo que hace un quiebro a la canción y que lo forman coros soñadores que es imposible cansarse de escuchar. La siguiente, "Un día de otoño", no abandona ese tono crepuscular, más reposado y melancólico, sin que se pierda inspiración en la melodía y en una sublime facilidad para incluir coros de efecto mágico en los mejores momentos. Y "Ríete" es un clásico, se trata de una de las mejores representaciones de lo que es el pop cristalino, que aspira a la belleza como único fin, entre arreglos encantadores y, en este caso, un arrebatador susurro envuelto en la melodía y otra vez coros explosivos en el estribillo. Una enorme canción para dar paso a mi favorita del disco, "El Vagabundo", sencillamente imprescindible, sus arreglos de cuerda ponen la piel de gallina y adquieren un papel fundamental, están llenos de ilusión, y lo que es más importante, la transmiten, embriagan, dan una fuerza sobrenatural a lo que Nebbia canta, "yo jamás puedo morir".

De ahí se pasa a "Me harás pensar en el amor", que bastante tiene con su teclado ultrapegadizo, frenético, hipnótico, circular, para merecer figurar en este álbum, aunque su melodía, al igual que las anteriores, es un pequeño himno de la bondad y el optimismo. "Ayer Nomás" es uno de los éxitos de los Gatos, en un primer momento concebida con una temática social que tuvo que ser cambiada por la censura, y que en definitiva acaba siendo otra estupenda canción del pop de cámara y una muestra más del extraordinario talento de Nebbia, el Brian Wilson argentino, al que le salen las melodías redondas con una facilidad pasmosa. "Mi ciudad" cambia el tono y opta por un sonido más de cabaret, un poco al estilo de los Kinks de aquellos años, y "El rey lloró" tiene un inicio exótico, tropical, pero enseguida recurre al estribillo adictivo con coros que se enganchan sin remedio. Esta línea exótica continúa en "Qué piensas de mí", sobre todo en la sección rítmica, pero el corazón que late sigue siendo pop. Es un paso más en un disco que, aunque erudito de los sonidos más puros y sofisticados del momento y apegado a ellos, no deja de transpirar un innegable acento personal, lírico, con la sensación de encontrarse en un universo aparte.

Las últimas canciones son dos joyas. "El día llegará" es una canción triste, decaída, con la gran genialidad de incluir unas guitarras lánguidas sacadas de los Beatles más románticos (nos vamos a pasar la canción esperando escucharlas). Y "Jamás creí" es otro de los himnos en los que abunda este disco, soleado, entregado, enamorado en esencia, el canto de un soñador irreductible, con una melodía impecable y que brota con la facilidad de la respiración, un estribillo contundente y el glorioso añadido del sonido de guitarras grabadas al revés, aprendido de los Beatles psicodélicos. Una canción que concentra todas las virtudes del disco y, sin duda, la mejor manera de acabar.

En sus siguientes discos, los Gatos fueron derivando hacia un sonido más duro y acorde al espíritu rock de principios de los setenta, pero ya habían dejado la huella suficiente para ser considerados una leyenda del pop en español. Por desgracia, su estela de canciones transparentes, felices y curativas es muy difícil de conseguir hoy día. En este enlace encontraréis el disco del que habla este artículo:

Los Gatos (1967)

Fotos extraídas de Rock.com.ar

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miércoles, noviembre 07, 2007

The Boys (USA)

Hoy hablamos de uno de los grupos más extraños de los que se haya podido escribir nunca. Y esta condición se extiende a varios niveles: en primer lugar, extraños porque apenas se encuentra información sobre ellos. Sus grabaciones como grupo fueron mucho más que escuetas, tan sólo tres singles y un par de canciones en un recopilatorio, en el periodo que se extiende de 1975 a 1979. Y en segundo lugar, también extraños por su aspecto, muy influenciado por todo el glam rock y los New York Dolls, a pesar de que musicalmente bebían del power-pop clásico y de la música de principios-mediados de los sesenta.

Porque estos cuatro chicos más bien poco agraciados, demasiado inconstantes en su trabajo e incapaces de llevar su música a caminos más amplios, son uno de los grupos esenciales del power-pop de finales de los setenta. Estamos hablando de esos grupos que grababan un single para después desaparecer, pero que sólo con eso dejaban una huella indeleble para el resto de los años, gracias a recopilaciones apasionadas que se esforzaban una y otra vez en actualizar su memoria. The Boys, de Nebraska (no confundir con los ingleses o los australianos), dieron forma a una obra excepcional con tan sólo ocho canciones. Melodías invocadas en la magia de los singles de los primeros Beatles, potencia guitarrera heredada de los discos de Badfinger y Big Star y una facilidad asombrosa para los himnos es lo que nos ofrecen en su minúscula discografía. Y especialmente, un innegable y encantador aroma a leyenda, propiciado por el inmenso poder de sus canciones, entre las cuales brilla con luz propia, como veremos, "(Baby) It's You". Cualquier canción titulada así siempre será buena. Parece un misterio arrancado de fórmulas esotéricas.

Sus grabaciones empiezan en 1975, con el primer single, editado por Outrage: (She's My Girl) She's All mine / I'm Not Satisfied. La primera de ellas es una canción festiva, casi rockera, pero con una melodía perfectamente definida e insistente, muy parecida a cuando Badfinger se ponían duros. Pegadiza de buenas a primeras, es un inicio estupendo para un grupo que se presenta. La cara B nos presenta su faceta más refinada, las guitarras siguen ahí, pero la melodía se hace más sutil, más cargada de emociones, y los coros brotan por doquier. Es una delicia escuchar el estribillo, cargado de vulnerabilidad, a pesar del envoltorio brioso. Todo sigue siendo terriblemente inmediato y adictivo, aquí con el estímulo de parecer una canción de la invasión británica un poco subida de revoluciones.

Su segundo single llega dos años después, en 1977: You Make Me Shake / We're Too Young. La primera es un himno del power-pop, que contiene su energía para estallar en un estribillo luminoso, radiante, con coros por todas partes. A pesar de la dulzura de la melodía, todavía resultan algo primitivos en cuanto a arreglos e instrumentación, pero de esa tensión, quizá la fórmula quintaesencial del power-pop, surge una canción irresistible, adhesiva, ilusionante. Repiten la fórmula con "We're To Young", otro himno del mismo nivel que la cara anterior, basado en un riff de guitarra retorcido y otra vez en voces que, a pesar de la dureza, no temen mostrarse como sensibles. Y atención, porque aquí las armonías ya contienen un cierto nivel de complejidad que les conducirá a su obra maestra absoluta en el single siguiente.

Porque ahí está, en 1979, y ya con Titan Records, (Baby) It's You / Bad Little Girl. Todo es entrañable y especial en este single, incluido el diseño de portada, con el blanco y negro que solían utilizar, más feos que nunca, pero carismáticos, y con las letras de su grupo en una curiosa, atractiva e inolvidable tipografía. Podría entenderse que se hubieran pasado los dos años con respecto al anterior single perfeccionando únicamente la maravilla que es "(Baby) It's You", reconozcámoslo de una vez, una de las mejores canciones que se han compuesto nunca en el pop, digna de figurar entre las diez más imprescindibles, y que justifica por sí sola toda su existencia como grupo. Una composición extremadamente compleja, a pesar de la sencillez de sus formas, con estructura cambiante ya desde el comienzo -una voz femenina repitiendo una frase en francés sobre un misterioso piano-, una línea de guitarra creciente, hasta que aparece el ritmo trotón característico de la canción, la voz madura, personal, arrebatada bordando la melodía, como si hubiera nacido para cantarla, y ese genial detalle de las voces expiradas como las de los Zombies en "Time of the Season". Todo esto hubiera hecho que la canción fuese especial en sí misma, pero es que todavía falta el estribillo, una explosión del pop de quilates, una joya incrustada en una estructura de la nueva ola, con coros y reminiscencias del mejor Spector y del mejor Bacharach, unos segundos atemporales que ponen la piel de gallina. Personalmente, descubrí esta canción en un recopilatorio titulado Metrojets (primer volumen), hace unos años, y jamás he podido olvidarla. Toda una experiencia, estética y humana, capaz de cambiar a cualquiera. La cara B, "Bad Little Girl", es más convencional, y también más áspera y agresiva que todo lo que habían grabado antes (recuerdan mucho a los New York Dolls). Incluso prescinden del estribillo sensible.

Ya no editaron nada más bajo su nombre. Sus dos siguientes perlas hay que buscarlas en un mítico recopilatorio de power-pop que Titan Records publicó en 1980, Just Another Pop Album, donde se incluyen dos nuevas canciones, aparte de las ya conocidas "(Baby) It's You" y "We're Too Young". Uno de los nuevos temas es "On A Night Like This", aquí suenan más refinados que nunca, lanzados sin complejos al placer de la melodía, pero eso sí, sin llegar a la sofisticación de "(Baby) It's You" y todavía con las guitarras acechantes al fondo. Es una composición pegadiza, con mucha influencia del pop de cámara que emergió entre el 66 y el 67, equilibrada, elegante. Y con "Tell Me It's You" se cierra el círculo. Parece un experimento previo a su obra maestra, pero igualmente dulce, seductor, con voces susurrantes como contrapunto a la melodía y con un decidido interés hacia el pop adolescente de principios de los sesenta.

No deja de ser curioso que, más allá de la ausencia de una información detallada de su vida como grupo, lo que sí abunda por la red son las muestras de reconocimiento y de pasión hacia las ocho canciones que The Boys llegaron a editar. No es frecuente que un grupo llegue tan dentro con tan poco, y que su culto haya pervivido a lo largo de los años a pesar de que encontrar sus canciones no es algo precisamente fácil. En el siguiente enlace están todas recopiladas, incluyendo las portadas de sus singles:

The Boys (USA). Singles and Songs (1975-1980).

Colgados originalmente en Powerpop criminals

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miércoles, octubre 24, 2007

Flying Color

Presento hoy quizá uno de los discos más especiales de los que he podido hablar por aquí, una obra cargada de canciones otoñales, melancólicas, idóneas para esta época del año. Canciones sencillas, preciosas en su humildad, acariciadas con una cálida e inofensiva capa de guitarras, tocadas con la gracia de la nostalgia, del carisma, como si cada una de ellas estuviese preparada para hacerse un hueco en nuestras vidas. Sorprende tanta emocionalidad contenida, especialmente si se tiene en cuenta que fue su primer y único disco, que en definitiva es una de las cumbres del pop de finales de los ochenta.

El sonido de este disco es acogedor -como una manta de lana-, amigable, reparte melodías y bienestar a dosis iguales. La fórmula es muy sencilla: melodías quebradizas, guitarras nostálgicas, estribillos hermosos y gélidos, y una energía indómita y sutil, como un recuerdo intenso de momentos felices que ya han pasado. Ahí es donde se mueve este disco, en la sensación de pérdida, de reflexión, de melancolía, pero disparando con las armas del pop: inmediatez, belleza y adicción. La primera canción, "Dear Friend", es todo un himno, con su línea de guitarra que llega hasta profundidades abismales, serena, y su estribillo que arremete como si dijera una verdad profunda. Una de las mejores canciones de la década y una línea a seguir en el resto del disco, que en ningún momento se permite bajar el nivel. "It Doesn't Matter" suena a los Smiths pero en bueno, aquí hay nostalgia de verdad, sin pose, la guitarra acústica cumple su papel a la perfección y es una de las mejores que he escuchado nunca, limpia y precisa, en una composición que permea y llega hasta muy dentro. Todo esto se repite en "One Saturday", que recoge el espíritu de los Replacements, y un estribillo que a estas alturas ya nos hace acostumbrarnos a lo que este disco ofrece, melodías infecciosas y con calor humano sabiamente acompañadas por los punteos de guitarra adecuados. Y "Through Different Eyes" es pura gloria, optimismo ciego e introvertido, casi humilde, aunque siempre están ahí los trazos de guitarra invernal para dejar las cosas en su sitio.

Por eso "Tumble" es algo así como el himno de los perdedores, por fin alcanza el protagonismo esa voz irremediable del desaliento, del dolor muy pensado y ofrecido en plato, con toda sinceridad, sin histrionismos, parece una melodía rescatada de la composición química de una lágrima, teniendo en cuenta un estribillo que es sinónimo de la desolación. "Believe, Believe" concede un poco de tregua, es mucho más energética que las anteriores y más afín a la línea del power-pop clásico, la tristeza también tiene sus respiraderos y éste es uno de esos momentos en que todo parece que vaya a ir bien. Inmejorable punto de partida para otro de los clásicos de los ochenta, "Farewell Song", una de esas canciones que da la impresión de que han existido siempre en el subconsciente colectivo, si tenemos en cuenta la naturalidad con que se desarrolla, su limpieza y el acento emocional y la honestidad que se pone en el estribillo. Si no fuera porque Teenage Fanclub publicaron sus mejores discos años después, parecería que aquí están influidos por ellos, no podía ser de otro modo con esas fantásticas conjunciones de voces y esa ternura contenida e inocente. A continuación, otro de los hits del disco, "I'm Your Shadow", con guitarras rebeldes que siembran a sus anchas los cambios de ritmo y los devaneos emocionales.

En la recta final del disco todo sigue igual de bien. "Wise To Her Ways" contiene más energía que todas las anteriores, y se canta como si se quisiera parir un himno indie, de manera hipnótica y circular, un poco a la manera en que lo hizo Pavement tiempo después. La senda del power-pop despreocupado se recupera en "The Road We're On", no viene mal algo de poder azucarado en las últimas canciones, sobre todo si resulta tan pegajoso como en este caso. "By The Fire" nos propone una tonada que parece sacada del folklore popular, siempre con esas guitarras fibrosas y llenas de sentimiento que caracterizan el disco, para lograr la emoción instantánea. Y no hay mejor manera para acabar un disco así que con un estilo algo diferente, el country, integrado perfectamente con las demás canciones, pero suficiente para dar una nota de color, sin abandonar la melodía pura que se clava en el espíritu como una flecha.


Videoclip de "Dear Friend"

Flying Color nunca hicieron nada más, pero el testimonio de su vida como grupo es francamente inmejorable. Con este disco le dan mil patadas a muchos otros grupos de vida mucho más prolongada y, en algunos medios, permanente. Uno de los momentos más decadentes, puros y hermosos de los ochenta, de la misma estirpe que esas rarezas cargadas de sensibilidad y talento que se dan de vez en cuando. Os advierto que si lo escucháis una vez, le seguirán muchas otras. Aquí lo tenéis a vuestra disposición:

Flying Color. Flying Color (1987)

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miércoles, octubre 17, 2007

The Optic Nerve, "Lotta Nerve"

Los sesenta fueron sin duda una década legendaria en lo que respecta a la música, de gloriosa fertilidad y rebosante de sonidos que dejaron huella para siempre. Aquellos discos misteriosos, bellos, sorprendentes, contenían una inocencia y una pureza que se convirtieron en el ideal de mucha gente que los entendía como el paraíso perdido. Esto es lo que les sucedió a Optic Nerve, una banda neoyorquina de mediados de los ochenta que quiso recrear con su música todas aquellas emociones excitantes en plena época de sintetizadores, crepados de pelo y arrogante posmodernismo. Su postura radical les llevó a no poder incluirse en ninguna de las escenas alternativas que se estaban desarrollando entonces, y de hecho no llegaron a publicar ningún disco en vida, aunque en 1999 se agruparon de nuevo, y al parecer editaron un nuevo disco, On!, en el 2006. Hoy por hoy, nos queda de aquella etapa un legado de dos discos, ambos editados en 1995, varios años después de que se grabaran las canciones: Forever and a Day, un álbum de corte más folk y rhythm & blues, aguerrido y garagero, originalmente compuesto en 1988, y Lotta Nerve, que recopila sus singles y que es el que ahora nos ocupa.

El sonido de este disco es algo absolutamente puro y fresco, sorprende e incluso conmueve la manera en que están plasmadas las canciones, con unas guitarras que se deshacen en estallidos melódicos y unos estribillos cantados como si quisieran llegar al número 1 a mediados del 65 (de hecho, lo hubieran conseguido). Aquí huele a los Byrds, a los Beatles e incluso al Dylan más amable, parece la obra maestra de un grupo americano salido de la máquina del tiempo e influenciado por la invasión británica. Ahí está esa delicatessen que es "Ain't That a Man", nadie sospecharía que esa canción fue grabada a mediados de los ochenta, hay aquí demasiado convencimiento e ingenuidad, con una guitarra Rickenbacker deliciosa y limpia, omnipresente como el agua de las olas, y una batería que suena exactamente igual que cualquiera de las del recopilatorio Nuggets. En este tipo de canciones Optic Nerve eran maestros, tenemos la prueba con la siguiente, "Mayfair", otro tesoro de la psicodelia, cantada a varias voces, una síntesis del misterio y la belleza que se escondían en discos como los de Blues Magoos o Strawberry Alarm Clock. Es increíble cómo suenan a grupo clásico, porque también lo consiguen en "Happy Ever After", donde se parecen más a Bob Dylan, o quizá a los Byrds, con una melodía que parece haber sido captada directamente de los años sesenta en las maquetas inéditas de un grupo oculto. Demasiado bueno.

Todos estos adjetivos pueden aplicarse de nuevo a "Take Me", con un espíritu muy afín al de los grupos del Paisley Underground de aquellos mismos años, pero con un sonido infinitamente más cercano a la época en que se inspiran, y una Rickenbacker desbocada y que cabalga sobre la canción. En "Leaving Yesterday Behind" son los Byrds, se han transformado en ellos a base de querer parecerse, encarnados más bien en Gene Clark y su particular fraseo a la hora de cantar, e infalibles cuando elaboran, al igual que sus maestros, melodías tiernas y enigmáticas que parecen alzarse hacia el cosmos. Con "Same Way Too" se acercan al country, sin abandonar igualmente la guitarra de doce cuerdas, ni las armonías vocales, ni tampoco el preciosismo en melodía y estribillo, a la manera de unos Flying Burrito Brothers. Y "Kiss Her Goodbye" representa la vuelta a la psicodelica más tierna, al garage más dulce y sensible. "What's She Tryin To Do" es un clásico que podría haber aparecido en el Rubber Soul de los Beatles, consiguen la misma facilidad que ellos para unir de manera sencilla y natural el sonido de cualquier estilo que absorbiesen con la imbatible pegada de la melodía. "What's Been Missin'" ya es una gozada, un himno veraniego que parece ideado en el mundo de sueños de Buddy Holly, y cuya melodía sensual es una exquisitez potenciada por un sonido muy sencillo y concreto.

"Like To Get To Know Her", absoluta obra maestra, se basa por completo en el estilo de Gene Clark de sus discos del 67, apaciguada y sabia, cantada como si él mismo estuviese ahí. Parece, de hecho, una canción folk arrancada de la tradición y que carga con el espíritu de varios siglos. En "She's A Drag" se muestran acelerados y adictivos, mientras que "I See The Truth" es un escarceo por el garage más descarado, por una vez distorsionan las guitarras y se muestran hostiles y disonantes, aunque tampoco demasiado. Para terminar, "The Girl With The Beautiful Eyes" es un postre formado por una melodía que quiere expresar nostalgia y belleza pop, otra vez con el inestimable sonido de las doce cuerdas, pero ahora plegadas a una canción maccartniana que incluye una acertada y discreta guitarra española.

Lotta Nerve es un disco imprescindible por su voluntad fanática de reproducir un sonido de otro tiempo, por incluir canciones tan buenas como las que grababan los grupos en los que se inspiran, por constituir, en definitiva, un reducto de idealismo que no entendía de negocios ni de modas. Se trata de una colección de joyas depuradas y entusiastas, movidas por una energía succionada a las canciones de los sesenta que amaban. Hay un equilibrio perfecto entre pasión y calidad que hace que probablemente este disco sea uno de los más especiales que podremos escuchar nunca.

Lo tenéis aquí:

The Optic Nerve. Lotta Nerve (1995)

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miércoles, octubre 10, 2007

Mamá, "El último bar"

Nunca deja de sorprenderme la extraordinaria fertilidad que supuso el surgimiento de la nueva ola a finales de los setenta, en un movimiento expansivo en el que proliferaron los discos de pop inmediato y sin complicaciones, las guitarras limpias y energéticas y los estribillos directos a la mandíbula. Con guías espirituales de la importancia de Elvis Costello, Nick Lowe o Andy Partridge y sus XTC, se produjo una abrasiva, regeneradora y frenética nueva edad dorada del pop, a cargo de músicos que dejaban de lado poses, introspecciones tortuosas e intelectualismos de pacotilla para centrarse en la ilusión ardiente de la canción pop de tres minutos. El movimiento tuvo un influjo importante en España, donde, como siempre, los mejores no fueron los más conocidos. Es aquí donde se hace obligatorio hablar de Mamá, grupo adicto a las melodías, a los estribillos despreocupados, a las canciones de pop perfecto, juvenil, fresco y de pegada directa.


Su talento quedó plasmado en apenas dos álbumes. El primero de ellos, El último bar, publicado en 1981, es uno de los tesoros del pop español de aquellos años, un conjunto de canciones ultrapegajosas, nítidas, honestas en su sencillez y en su falta absoluta de pretensiones, y por lo tanto cercanas y eternas. Es un disco en el que sobresale por encima de todo las ganas de diversión, de bailar al ritmo de teclados obsesivos y estribillos emocionales, cuando la juventud no es impostura sino un aliento vital que explota y deja a su paso chispas y electricidad. "El show empieza" ya marca el camino, en esos teclados adhesivos hay indudables huellas de los XTC más nuevaoleros y frenéticos, y también, por qué no, de los Stranglers de los dos primeros discos, circulares y matemáticos. "Chica cruel" es más de lo mismo, pero igual de bueno: pegajosidad al máximo, pura melodía de chicle que, siguiendo la estela de los mejores momentos de Any Trouble o The Knack, coros incluidos, se convierte en representante de un hito irrepetible de la nueva ola española. En cambio, "El figurín", con su estribillo arrojado como una flecha, y ese ritmo de bajo tan propio del pub-rock británico, obsesivo y saltarín, está a la altura de cualquier clásico de la época, es puro power-pop diluido en azúcar. Pero ojo, que ahí llega "Escóndete", frustrada, repleta de carisma, sencillamente magistral, porque suena desesperada, hermosa y adictiva, y consigue por méritos propios ser una de las mejores canciones que se han escrito nunca en este país.

La exhibición no se detiene. En "Ligarse a Vicky" han escuchado el bajo introspectivo de "Watching The Detectives", de Costello -cuya figura se alarga sobre todo lo bueno que se hizo en aquella época-, aunque puliendo sus aristas más jamaicanas y logrando una canción de bote fácil y delicioso. Con "Hora punta en el metro" fijan la mirada sin disimulos en el pop de mediados de los sesenta, justo después de la invasión británica, con unas voces que se desgarran imitando aquellos coros apasionados y llenos de desamor. "El número equivocado" retoma el pop sin concesiones, envuelto en unas limpias y blancas guitarras tan en voga durante la nueva ola, y que procedían de las enseñanzas primigenias de Buddy Holly. "Buscándote a ti" es otra melodía enamorada, con la aparición de un saxo que, por raro que parezca, no molesta, sino que ensalza un estribillo otoñal y memorable, como para sentirse de nuevo un adolescente. El espíritu de la nueva ola, abierto a otros ritmos más cálidos, pero siempre integrado en la canción pop canónica, se recoge plenamente en "Las islas", donde se percibe esa curiosa conjunción entre un ritmo reggae y un estribillo al grano (como hicieron todos los grandes de aquellos años, vamos). "Amor de cuatro horas" aumenta las revoluciones y la furia, pierden un poco su candidez pop, tampoco demasiado, quieren ser duros pero canta a la legua que todo está relleno de caramelo que no empalaga.

"Estás muerto" es una canción sensacional, en cuya sangre corre la energía en estado de gracia, en aquellos momentos Mamá se sacaban de la manga las melodías más perfectas, aquellas que explotan hacia fuera, como hacían los Beatles en sus primeros singles. Y si no fuese porque las anteriores canciones son excepcionales, "El último bar", para terminar, podría considerarse la mejor de ellas, porque concentra todo lo que ha ido labrando el carácter del disco: infecciosidad, carácter juvenil, limpieza en el sonido y estribillos hasta en las esquinas, todo ello con un quebradizo y meláncolico aroma otoñal. El conjunto es un bocado sabroso de melodías puras, y en definitiva uno de los discos en español más pegajosos que he escuchado nunca.

Para terminar, he incluido también su primer EP, Regresa a casa a las 10, hoy por hoy tan inencontrable como el disco del que hemos hablado, y con cuatro hits nuevaoleros en los que Mamá no bajan el nivel ni para cambiar de canción. "Regresa a casa a las 10" sería la mejor canción posible para cualquier teleserie protagonizada por adolescentes, en "Nada más" el desencanto se convierte en dulzura, "Chicas de colegio" es una gamberrada power-pop pensada para ser un éxito, y "Ya no volverás" desprende pura emoción acústica de la que deberían aprender los sensibleros que pueblan las listas de ventas de lo que hoy se entiende como "pop español".

Aquí lo tenéis todo:

Mamá. El último bar (1981)

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miércoles, octubre 03, 2007

Velvet Crush, "Teenage Symphonies To God"

Algunos discos nacen de la furia creativa, de un disparo poderoso que avanza incesable, que se ha formado por la acumulación de ideas y por un estado de inspiración y de creatividad fuera de lo común. Todo esto podría aplicarse al segundo disco de Velvet Crush, Teenage Symphonies To God, publicado en 1994, un portento absoluto en la historia del pop, una de las gemas que nos dejaron las olas de los noventa, y nunca lo suficientemente valorado. Es un disco con sabor a verano, a melodías dulces envueltas en guitarras briosas, que no obstante escapa a las clasificaciones. Su particular sonido, casi saturado por toda la savia del pop que lleva dentro, enérgico, variado y dispuesto a configurar infinitas historias imaginarias, es uno de los mejores logros dentro de la música sin pretensiones.

Es un disco de espíritu romántico, quizá idealista, a veces nostálgico, en el que tienen cabida no sólo distintos formatos de canción, sino también guitarras potentes, riffs infecciosos y voces exquisitas entregadas a melodías que vienen del cielo. Tanto el título, como la portada, ambos guiños a las señas de identidad de la música de Brian Wilson, catalogan perfectamente la energía joven y resuelta que se desprende ya desde la primera canción. "Hold Me Up" es el inicio de algo especial, con sus guitarras furiosas pero, al mismo tiempo, amigables (nada de "guitarras abrasivas" a lo Sonic Youth, por poner un ejemplo). Y entre esas líneas de fuerza se cuela la melodía, que enseguida juega sus cartas: pop puro, emocional, al grano, como el de las primeras canciones de los Beatles, y envuelto en coros cristalinos. Parecen jugar a definir el power pop: las guitarras calzan la canción y la empujan a la estratosfera, de alguna manera se sube al máximo la extraña y etérea ilusión que produce escuchar este tipo de música. La segunda, "My Blank Pages", incrementa las revoluciones, no se deja de lado la melodía ni las armonías pluscuamperfectas, pero la línea de guitarra es infecciosa, potente, enérgica, fascinante. Después de dos cañonazos así llega una magnífica versión de Gene Clark, "Why Not Your Baby", que pese a sus sonidos country -incluido el mismo deje de la voz de Clark-, encaja a la perfección en el espíritu del pop clásico. "Time Wraps You" es capítulo aparte: el sonido de una noche de verano se confabula para crear esta canción, cálida, tierna, una sencilla balada que rompe en un estribillo tan pulcro e ingenuo que parece pensado para hacer llorar.

Con "Atmosphere" tenemos sencillamente la canción perfecta. Una melodía que parece un clásico de otro tiempo, con una furibunda inyección power pop, y unas guitarras hawaianas acercando el sonido a lo divino, realmente deliciosas, elásticas, y con un papel esencial para arañarnos por dentro. Y lo que destaca en "#10" es su apabullante sencillez, dentro de un sonido más acústico e intimista, con arreglos de cuerda encantadores y giros melancólicos en la melodía que suscitan una aguda sensación de belleza, apoyada por unas voces limpias y casi susurrantes. Otra obra maestra de dos minutos, para luego entrar de pleno en "Faster Days", canción que rebosa emociones, que parece una historia de nostalgia explicada desde una humanidad abrumadora, con ese especial sonido de armónica y los coros más perfectos que nunca. Podría decir que es mi favorita si no fuera porque todo lo que hay en este disco me gusta mucho; lo que sí es cierto es que se trata de uno de esos temas que perduran a lo largo de los años y que, a poco que nos descuidemos, se va a colar sigilosamente en nuestra historia personal.

Y aún queda mucho más. Por ejemplo, "Something's Gotta Give", un tema de Mathew Sweet donde destaca su particular cóctel de melodía, guitarras de querencia rock y cierto espíritu psicodélico (aunque en mi opinión, con este disco Velvet Crush superaron ampliamente a cualquiera de los de Sweet). "This Life Is Killing Me" parece una especie de clásico del indie, sus guitarras cabezonas son increíblemente adictivas, sobre todo el golpe de rabia del final del estribillo y esos "pa, pa, pa" que estructuran una canción donde la melodía se subyuga más al ritmo. Con "Weird Summer" regresan los virtuosismos melódicos, la canción es una gloriosa exhibición de habilidades compositivas, de belleza perfecta, sublime e inmediata, con un sonido que es el colmo de la transparencia y la nitidez. Y por supuesto, en un disco que es una de los hitos del pop de los 90 no podía faltar la referencia a los maestros de esa década: "Star Trip" es un declarado, honesto y magistral tributo a Teenage Fanclub, como si en un alarde de facultades se hubiesen propuesto alcanzar su mismo nivel con idénticas armas, y lo consiguen, porque está a la altura de las mejores canciones del grupo escocés. Ya para acabar, "Keep On Lingerin'" adopta de nuevo un revestimiento country, al estilo del Gram Parsons de los Flying Burrito Brothers, una balada apaciguada y sincera con la que se cierra relajadamente todo un titán de los discos del pop.

Velvet Crush grabaron después buenos discos, pero nunca se acercaron ni por asomo a esta maravilla, y tampoco es algo que se les pueda echar en cara. Un sonido tan preciso y a la vez tan dúctil y variado, junto a unas canciones que oscilan entre lo muy bueno y lo grande, es algo que está al alcance de poquísimos grupos y que surge en momentos muy puntuales. En definitiva, otro de los grandes clásicos olvidados del pop, que el tiempo poco a poco va poniendo en su lugar, y que podéis encontrar aquí:

Velvet Crush. Teenage Symphonies To God (1994)

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jueves, septiembre 27, 2007

The Remains, pop de terciopelo y músculo

Sorprende la historia de los Remains, uno de los grupos estadounidenses que emergieron al calor de los nuevos caminos trazados por los Beatles. Soprende porque su pop, energético, cargado de melodías de alto poder adhesivo y de un estilo muy peculiar en el que tiene mucho que ver la voz de Barry Tashian -desganada, rebelde- y las guitarras ásperas, no se ajusta a su historia como grupo: una banda acomplejada, a la que nadie hizo mucho caso a pesar de haber firmado algunas de las mejores canciones que dio el pop cristalino de mediados de los 60. Quizá se trataba de su indefinición, con un Tashian voluble que hacía muchas cosas bien, pero muy distintas y sin constancia, quizá la excesiva desconfianza en sus posibilidades (jamás pensaron en publicar "When I Want To Know", sensacional composición, clásico instantáneo desde que fue concebida). Hoy día, escuchar su colección de singles es una delicia, todo un placer que se asienta sobre dos bases fundamentales: unas canciones fenomenales y un particular sonido, entre hostil y luminoso, tierno y gélido, que se despliega en pildorazos de dos minutos y medio.

Podemos citar "Why Do I Cry" para introducirnos en su sonido, la voz de Tashian ya traza espirales introvertidas, también cargadas de fuego, en una melodía circular, con un bajo obsesivo, sin por supuesto olvidar la importancia de un estribillo glorioso. "When I Want To Know" es demasiado, como ya he dicho cuesta comprender cómo no pudieron darse cuenta del calibre de este tema. No sólo es valiosa su insólita estructura, con una primera parte a caballo entre la voz de Tashian, voluntariamente dejada, y una sección rítmica sensacionall, del todo enigmática, para acabar con una breve explosión pop -dura apenas unos segundos- venida directamente de los grupos de chicas y de las canciones de Phil Spector. Un tema genial y perfecto, de escucha imprescindible, y el más claro ejemplo de dónde podrían haber llegado los Remains si se lo hubiesen creído más. "Ain't That Her" también tiene mucho encanto, es puro pop a lo Beatle, con mucho cuidado en las armonías y una melodía juvenil, fresca, resentida, que muestra la increíble habilidad de los Remains para abrir estribillos con garra, incrustrados como joyas. Otras canciones como "I'm Talking 'Bout You" muestran su lado más garage, más apegado al rock primigenio, faceta en la que tenía más importancia el bajista Vern Miller. En todo caso, su particular sonido, seco y áspero incluso en sus momentos más pop, hace que este tipo de canciones les venga muy bien, son capaces de acoplarse perfectamente a trallazos como "Say You're Sorry", fenomenal y rudo beat a garrotazos, con sus gotas de tristeza.

Sin embargo, el corazón sensible de Tashian fue el que al final ofreció las mejores canciones. Es imposible no sentirse atraído por "Baby I Believe In You". Su comienzo tiene algo de esotérico, suena demasiado moderna para haber sido grabada en el 65, otra vez son originales tanto en el ritmo que marca la batería como en ese sonido cristalino de teclado, y todo para moldear una canción de la que enamorarse, en la que los destellos melódicos chispean con frescura, con la naturalidad de los grandes. En "I Can't Get Away" parecen directamente los Rolling Stones, están a la misma altura que ellos en sus mejores momentos, con una melodía sinuosa, de cierto olor a incienso, en la que irrumpen unas vibraciones más propiamente rhythm & blues, lo que en conjunto conforma un mecanismo de precisa belleza y malsana adicción. Con "Me Right Now" siguen siendo clásicos, la canción, cabezona en el buen sentido, imposible más pegajosa, incluye además el mismo puente que "When I Want To Know" (iniciativa de Barry, porque le gustaba mucho y porque no pensaba que nadie fuera a escuchar nunca la canción en la que estaba originalmente). Las perlas caen una tras otra, "Time Of The Day" se presenta con un furioso ritmo garage (delicadamente envuelto en teclados de cristal) que no puede dejar de destilar el apego por la melodía directa. Por otro lado, la depurada estructura de "Once Before", al grano y desarrollada con guitarras al borde del estallido, nos hará preguntarnos el inexplicable motivo por el que los Remains pasaron tan desapercibidos en su época.

De "Mercy Mercy Mercy" hay que destacar la implacable batería, cortesía de Chip Damiani (que en todas las canciones daba muestras de su talento), así como esa melodía pop en la que se cuela una adictiva vena de soul a lo Motown. Y en "Heart" es del todo estimulante escuchar la progresión de ese blues sin concesiones, extendido como un latido traducido a notas musicales. Porque después llegan canciones como la excepcional "Thank You", otro de los grandes momentos de Tashian, y que habría sido un hit inmediato si hubiera salido de la pluma de los Stones en su faceta más melódica, un tema con aroma a raíces, pero aun así centrado en el pop. Podría hablar también de canciones con las que gozarón de una mayor repercusión, como la versión de Bo Didley "Diddy Wah Diddy" o, especialmente, la legendaria "Don't Look Back", que debe su reconocimiento a haberse convertido en una de las leyendas de la recopilación Nuggets, épica envasada en tres minutos, un memorable batiburrillo de garage, pop y blues.

Todas estas canciones salieron como singles y formaron parte en su mayoría de su único LP. Aquí os las dejo, esperando que disfrutéis de su peculiar y adhesivo sonido tanto como yo lo he hecho. Piezas sensibles pero con nervio, y en conjunto uno de los tesoros más valiosos de las profundidades de los 60.

The Remains. Barry & The Remains (1966)

Artículo recomendado: The Remains. Excitante garage beat de mediados de los 60. En Sensaciones Sonoras.

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